lunes, 30 de junio de 2014

Vida

No sabes cómo has podido llegar hasta allí, pero estás ahí.
En la antesala, el agua del deshielo recorre tus tobillos, ya anestesiados.
Tres sorbos de la misma agua que dentro de unos instantes recorrerá tu cuerpo.
Ya casi estás ahí.
Uno...relajas los músculos de la espalda.
Dos...
Y tres. No sabes si es el cuerpo o tu mente lo que no lo soporta. Pero no puedes controlar la respiración, que cada vez se vuelve más agitada. Hasta tal punto que rompes a llorar. El agua en tu cabeza ha despertado ese sentimiento que en otras ocasiones te acompañó. Te hace revivir una serie de emociones entre ansiedad, asfixia, pánico.
No puedo, no puedo! No puedes controlar ni la respiración ni las lágrimas.
Hasta que aparecen unos brazos amigos que te abrazan y te dicen: estoy contigo, puedes, yo te acompañaré.
Y entonces sucede.
Conoces de nuevo el valor, que sólo ha hecho que brotar de dentro de ti.
Te acercas de espaldas a la cascada, cierras los ojos, y todo fluye...
No piensas. Sólo sientes la paz del agua helada que golpea tu cabeza y tus hombros cual piedras cayendo de la cima de esa montaña.
Así hasta tres veces.
Revives, renaces, lloras, sonríes.
Has podido. Has sido tú.
Y ya no podrás volver a ser la persona que eras antes de sentir la vida del agua en tu piel.

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