martes, 24 de junio de 2014

Adoraba sus clavículas

Perdidas en aquel país desconocido, eligiendo compartir cama como si hubiese sido cuestión del azar. Desconociendo lo que la otra pensaba.
Se acostaron en aquella noche de insomnio, provocada por el color café de los ojos de Heide.
Se dieron la espalda, en un intento de evadir cualquier pensamiento o deseo que les impulsara a rozarse.
Pero la costumbre hizo que Hannah se diese la vuelta para abrazarla y, aunque ella no puedo verlo, Heide acababa de esbozar una sonrisa con los ojos cerrados.
Fue ella quién decidió guiar las manos de Hannah hasta colocarlas debajo de su camiseta. Y fue Hannah quien decidió dar un paso más, acariciando levemente y en círculos su ombligo, mientras sentía cómo su respiración se volvía irregular, y dibujando espirales infinitas que la condujeron hasta su pecho.
Acarició ese frío de su piel a través de las yemas de sus dedos, hasta lograr empañarla con sudor y dejar que sus dedos resbalasen con libertad por todo su cuerpo.
La habitación se tornó roja...con olor a vainilla y a primavera, como huele la hierba mojada después de la lluvia.
Y amanecieron así, abrazadas, saboreando cada saliente de sus cuerpos, y sonriéndose de cerca.
Eran cómplices en su secreto, porque aquella noche nadie más estuvo allí.

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