martes, 10 de junio de 2014

Los Miércoles

Todos los miércoles Zephyr ponía su puesto de flores y fruta al lado del faro de San Antonio, donde se abrazan el Río de la Plata y el Atlántico. No tenía nombre, simplemente era un puesto de flores y fruta.

Él paseaba despistado por el mercado, hasta llegar a donde ella estaba. Siempre tarareando la misma canción: "Me gustas cuando".

Ella conocía esa melodía, y cuando lo escuchaba acercarse, preparaba para él las mejores fresas que tenía.

Como un ritual, él las probaba, le sonreía y seguía su camino hacia el este, tarareando, siempre tarareando...

Ella lo veía alejarse. Observaba las huellas de sus pies descalzos en la arena, y cerraba los ojos con fuerza para ver si así conseguía que las olas no las borrasen.

Y así cada miércoles hasta el siguiente.

A su lado estaba Azabache, la chica del puesto de cactus y la única que conocía el secreto de Zephyr.
Azabache era muy observadora. Desde el primer día en que él apareció en el mercado, se fijó en que los ojos de Zephyr tenían otro aspecto, con ese pequeño punto brillante que se coloca justo al lado de las pupilas.

Azabache pasaba desapercibida. Tal vez porque era fiel al desapego, y al finalizar su labor se marchaba sin despedirse de nadie.

Otro miércoles. Más fresas, una sonrisa, tarareos, huellas que volvían a borrarse.
Un miércoles más...
Y otro...
Y otro...

Y así pasaron 12 miércoles.

Cuando le tocaba el turno al 13, ella decidió acompañar las fresas con un libro.
En la página 28 (no fue por casualidad), dejó una reseña del lugar donde podía encontrarla después de recoger el puesto.


Una del mediodía. A lo lejos escuchaba esa canción que ya había pasado a convertirse en el sonido más hermoso del mundo.
Ya tenía preparadas sus mejores fresas junto al libro libanés.
Cuando se acercó, ella mostró orgullosa su regalo. Fueron las primeras palabras que le dirigió: "esto es para tí".

Él no pareció sorprenderse. Se limitó a darle las gracias, miró a su derecha y le preguntó: "¿Qué pasó con la chica de los cactus?".
Zephyr quedó en silencio y sólo pudo encojerse de hombros. Supuso que estaría enferma, tampoco había hablado nunca con ella.

Él marchó. Dejando el libro olvidado al lado de una caja de limones.
Zephyr lo guardó para dárselo la semana siguiente.

Pero aquel miércoles ya no apareció.
Y Zephyr decidió por fin ponerle nombre a su puesto de flores y fruta:
Maldito corazón.



http://www.youtube.com/watch?v=2tD9A0QUDCg

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