miércoles, 28 de mayo de 2014

De amores de bar

Una noche de las de "sin querer", decidieron echar un cigarrillo a medias sentadas en el rellano que antecedía la barra donde iban a perderse, a refugiarse de los dolores que alimenta con ansia la cerveza.
Qué bien entrar y descubrir que estaban solas, ni siquiera la música las acompañaba en aquel momento.
Y qué sorpresa llegar a la barra y ver a los dos camareros. Uno de los cuales Layla había visto en otras ocasiones por la ciudad, aunque nunca pensó que trabajaría allí. Al verle pensó que no existe la casualidad, pero sí la atracción mental.

Layla y Yennenga charlaban animadas, reían recordando viejos viajes, lamentaban pérdidas. Rápidamente ellos se dieron cuenta de que era el momento de comenzar.

Por un instante, todo paró. Ambas callaron y se limitaron a mirar al vacío, a escuchar aquella canción que las ayudó a terminar de embrigarse.

http://www.youtube.com/watch?v=DcFGTJogxuo

Ninguna de las dos dijo nada, pero, en un momento de valentía, Layla se incorporó en la barra y le pidió a su pareja de atracciones mentales que le dijese cuál era la canción que estaba sonando.
Sonrió y se la entregó escrita en un pequeño trozo de papel.

Pasaron días hasta que Layla encontró en su cartera el trozo de papel doblado.

Y pasaron años hasta que cambiaron los papeles.
Fue un miércoles del mes de mayo cuando él entró al bar donde Layla trabajaba entonces y le pidió una cerveza. "¿Te suena de algo "Las pastillas del abuelo?".
Al poco ella entendió el fin de esta pregunta, era una de las cosas que había escrito tiempo atrás en aquel papel.
¡Qué capacidad de recordar!

Días después, él confesó que cuando aquella noche le pidió el título de la canción, se le grabó a fuego, era una de sus canciones favoritas.

Algo pasaba...Después de tanto tiempo, ¿por qué dos pensamientos iguales pero paralelos llegaron a encontrarse en un punto?

Justo ahora, cuando la situación de ambos había cambiado.
El tiempo y el espacio son unos jodidos.
Y aquel día, en la barra de las perdidas, nadie arriesgó, nadie descorchó un suspiro, nadie pegó un beso... El destino les hizo un regalo y lo dejaron irse volando...

Aún hoy, Layla podría reproducir la caligrafía donde él escribió: El Sensei, Las pastillas del abuelo.

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