viernes, 8 de enero de 2010

me vuelvo a perder...


"No podemos seguir así, siempre caemos en lo mismo..."
Y siempre volvían a caer...
La atracción de sus cuerpos era tal, que bastaba cruzarse por la calle para que en cuestión de minutos se echase a perder lo que había costado lograr una semana.
Acababan juntos en su cama, perdidos entre sábanas y mantas, y ropa, y el sudor de sus dos cuerpos.
En esas horas se paraba el tiempo. Se abrazaban como quien quiere fusionar dos cuerpos en uno, se besaban como si en cada beso quisieran atrapar un trocito del alma que contienen esos labios, se acariciaban sin prisa, contemplando cada milímetro de sus cuerpos, queriendo cada lunar, cada línea y curva.
Él empapaba sus dedos en saliva, mezclándola con el sudor de su piel, buscando el rincón húmedo donde perderse, donde hacer que ella se perdiese, que perdiese la razón y entrase en el juego que ambos habían creado.
Ese juego era lo único que les hacía sentirse unidos, sentir que por un instante eran cómplices.
"Mírame a los ojos".
Y él siempre intentaba esquivar su mirada.
"Mírame a los ojos, por favor...".
Y entonces él se daba cuenta de lo bonita que era, de la dulzura de su sonrisa, de la paz de sus ojos, de toda la inocencia que componía su rostro. Y se daba cuenta de la suerte que tenía al tener entre sus brazos a esa mujercita. Con su piel pálida, tan suave...Y sonreía casi con lágrimas en los ojos porque sabía que en el fondo nunca podrían estar juntos. O quizás sí...Ambos pensaban que era cuestión de tiempo. O eso, o de alargar lo inevitable. Pero se sentían tan a gusto que ninguno era capaz de poner fin a esa situación de locura que les rompía sus esquemas de lógica.
"Dime que me quieres".
Y él se negaba a pronunciar esas dos palabras, poniendo sus dedos en su boca, creando ese silencio que ella odiaba tanto.
Se daba la vuelta en la cama y esperaba que él la abrazase. Y entonces, cuando se quedaba dormido, ella se dejaba atrapar por el calor de sus dos cuerpos, le invadía la melancolía, y lloraba. Lloraba hasta dejar restos de rimmel en la almoada y quedarse dormida a su lado, sin moverse, totalmente quieta para no perturbar su sueño.
Y despertaba después de diez años. Diez años en los que soñaba. Pero por la mañana las cosas volvían a ponerse serias para los dos.
En sus momentos de cama se querían...se querían con la fuerza y la rabia del que sabe que no volverá a ver a esa persona en unos días, quizás semanas, quizás años...

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